CITAS Y AFORISMOS
"Es una experiencia verdaderamente fascinante, te olvidas de todo, de todas las preocupaciones, de todos los problemas, toda tu atención se centra en no caerte, es un deporte en el que interviene todo el cuerpo. Produce una enorme sensación de libertad sentirse tan cerca de las rocas, de la naturaleza, de las montañas, cuando alcanzas la cima sientes tal felicidad que quieres volver a experimentar esa sensación lo más a menudo posible".
Leni Riefenstahl

domingo, 16 de mayo de 2010

- JULIUS EVOLA Y EL SENTIDO SACRO DE LA MONTAÑA, por Isidro Palacios


JULIUS EVOLA Y EL SENTIDO SACRO DE LA MONTAÑA
Prólogo de la primera edición en castellano, editada por Ediciones Nuevo Arte Thor en 1978


No podríamos pretender acercarnos, ni tan siquiera superficialmente, al alto contenido que tuvo la montaña para Julius Evola, si desconociéramos el fuero interno de este hombre, su profunda concepción de las cosas y su sentido eminente de la vida.
Evola, muy pronto llegó a estar convencido de que en verdad había descendido a un mundo demasiado humano, presidido por tendencias caóticas y desordenadas, donde la rebeldía frente a la realidad superior se había erigido en norma, y donde nada existía que invitara a la trascendencia. Evola, por tanto, sabía que este mundo había nacido de una desvinculación con lo alto, y que, por ello mismo, tal mundo negaba al ser-persona la posibilidad honda y eterna de sí misma, ofreciendole un imperio efímero, sin trascendencia, sin realidad cualitativa, que irremisiblemente habría de desvanecerse en la nada.
Tal y como indica la frase evangélica: “del árbol malo no pueden nacer frutos buenos”, del mundo de la caída no puede surgir el paraíso; ello es metafísicamente imposible. Por esto, quien se afana aún con buena intención en luchar contra el mundo de la caída, permaneciendo en su seno, para intentar convertirlo en algo de lo que esencialmente carece, está, en el verdadero sentido de las palabras, perdiendo el tiempo. Para Evola, como para otros maestros tradicionales, la solución está en salir, en dar la espalda al mundo de lo irreal; es decir, en distanciarse interiormente de este mundo y de sus valores, para poder así reconectar con otro orden superior: el mundo de la totalidad, donde la presencia creadora y ordenadora del Ser es real y viva.
Por todo lo cual, a Evola la vida en esta mundo no le interesa como pasatiempo, sino como forcejeo, como lucha consagrada de manera constante para alcanzar aquel orden superior y trascender espiritualmente. La vía de la Tradición, pues, en este hombre, no es un libro, ni la especulación filosófica, sino la vida, el estilo, la carrera esforzada y ascendente hacia la eternidad: ésta verdaderamente, y no otra, es su “especialidad” como hombre dentro de la cultura. Pese a que quizás no pueda entenderse, Evola es un hombre que escribe libros para restarle importancia al libro en sí; pues sabido es, que en los libros – desde el punto de vista tradicional – no son más que ilustraciones de conocimientos y experiencias más o menos profundas. El que lee libros solamente se ilustra e instruye, pero en absoluto se transforma; cosa que tan sólo se consigue dentro de una vida vivida, intensa y profundamente, en continua exigencia, en permanente lucha, para desembarazarse de las adversidades, afirmarse en la realidad suprema del Ser y traspasarlo en espiritu.
Todas las cosas pues, para este eminente hombre de la Tradición, retoman su auténtico sentido real. Cada objeto de la creación, cada gesto, cada actitud, recuperan su sentido simbólico, cuando no ritual, de lo cualitativamente sobrenatural. De ahí que la vida misma pueda llegar a ser escala de acceso viril, mediante la cual la persona puede verificarse o reafirmarse por sí misma como integridad libre y primordial. La vida así entendida es semejante a un arco bien tensado (ascética) de donde la flecha certera (espiritu) parte veloz hacia en punto central de la diana (Ser-Espíritu), para después, desaparecido en ella poder alcanzar el estado (sin estado) de la Divinidad.
Tanto para el hombre liberado que se reafirma en el Ser, como para el hombre que aspira a desligarse del mundo de la caída, Evola reconoce que son tan sólo dos las vías propias de realización personal: la contemplación y la acción. Mientras que la primera – la vía contemplativa - hace referencia a una ascensión de orden intelectual puro; la acción, consiste en un ejercicio sobre objeto. La montaña pues, como realidad simbólica e incluso ritual, puede llegar a ser para una persona que haya logrado despertar internamente, tanto un objeto de meditación contemplativa, como un objeto ritual sobre el que ejercitarse. En la contemplación o intuición intelectual, la ascensión comienza por un acto reflexivo del pensamiento, que constituye la corteza exterior del acto intelectual puro. Mediante tal inicio y a medida que la reflexión vaya cediendo y desvaneciendo lo puramente racional, la persona llegará a captar la presencia del Ser en toda su plenitud, es entonces cuando ya no habrá ni rastro de racionalidad, ni de pensamiento, alcanzándose un nivel intelectual supraracional. A partir de tal nivel, la persona podrá trascender a la Divinidad que está más allá del Ser: si el Ser es el centro de la circunferencia, el punto inmóvil ordenador y creador, el principio; la Divinidad está por encima del punto central, más allá del principio, más allá del acto del Ser y del Ser mismo, que es su expresión.
En la vía de la acción, la presencia del Ser se capta mediante el ejercicio físico y psíquico sacrificado y duro. A medida que lo puramente exterior del acto va dejando paso a otros niveles de acción supracontingentes, el Ser va acentuando su presencia cualitativa. En esos momentos, el montañero se halla en el punto, en el eje central; a partir de ahí su transformación interior conquista las altas cimas de las montañas inexistentes de la eternidad, las cumbres de la Divinidad innominada, más allá de toda belleza, de toda bondad, de toda sabiduría.
La montaña, por tanto, desde ambos puntos de vista no es mera entidad natural que se agota en sí misma, que constituye una finalidad; tal y como, por el contrario, se presenta para todos aquellos, montañeros o no, de mentalidad profana, para quienes la montaña carece como instrumento de eficacia interior real.
Para Evola, dada su naturaleza heróica, su vocación de kshatriya (noble guerrero), la montaña no fue objeto de meditación contemplativa, sino objeto de acción, de ahí su cultivo del montañismo y de la escalada en el sentido estricto.
El mundo de hoy, tecnificado, ofrece muy pocas posibilidades de ejercitarse ritualmente una persona. En otros tiempos, en los que una determinada mentalidad no propiciaba el desarrollo de la técnica, existían más: ahí están los ejemplos de la vía heróica de los guerreros, e incluso el integral sentido del trabajo en los campos, en las edificaciones, en la artesanía...; mas hoy, el tecnicismo cada vez más imperante ha ido nublando una posibilidad tras otra. La guerra tecnificada no puede ofrecer ya el soporte ascendente a quien, sabiéndose cualitativamente un héroe, aspira a traspasar su efímera existencia mundana haciendo de su propia vida un rito de orden espiritual. Tampoco el trabajo en el sentido moderno basado exclusivamente en la producción y en los servicios, ofrece posibilidades. Sin embargo, en el deporte por lo general, y particularmente en el montañismo y alpinismo, la persona de este siglo XX tiene todavía un marco que puede aprovechar. La montaña, entendida como vehículo ritual, se ofrece al hombre de acción que sepa verlo – montañero o alpinista – como camino de ascenso de una cierta eficacia interior; pues, desde tal punto de vista, es sabido que quien sube o escala externamente no manifiesta otra que una subida o escalada interna. Pero para que tal eficacia interior pueda verificarse, es preciso que, entre otras cosas y además de un perfecto control de sí mismo, de una actitud incondicionada, y de una profunda concentración en sentido eminente sobre aquello en lo que la persona se proyecta, no sean sustraídos o anulados por la técnica elementos como el sacrificio, el esfuerzo, la lucha...,si tal cosa sucediera, el mismo sentido ritual de la acción desaparecería.
Evola entendió así la montaña, por ello quiso que, cuando el momento definitivo de su partida de este mundo llegara, aquella fuera la puerta simbólica por donde franquear los umbrales celestes. Así, en 1974, fecha festiva de su muerte, la urna con sus cenizas fueron depositadas a 4.200 metros de altura, en el seno blando y helado de un glaciar del Monte Rosa, en el área occidental del mundo.
Isidro Palacios

1 comentario :

  1. Definitivamente muchos elementales no comprenden el profundo sentido espiritual del alpinismo y realizan actos como el que se ve en éste video:

    https://www.youtube.com/watch?v=hr8oTrSU_Y8


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