CITAS Y AFORISMOS
"Es una experiencia verdaderamente fascinante, te olvidas de todo, de todas las preocupaciones, de todos los problemas, toda tu atención se centra en no caerte, es un deporte en el que interviene todo el cuerpo. Produce una enorme sensación de libertad sentirse tan cerca de las rocas, de la naturaleza, de las montañas, cuando alcanzas la cima sientes tal felicidad que quieres volver a experimentar esa sensación lo más a menudo posible".
Leni Riefenstahl

miércoles, 26 de mayo de 2010

- ELEMENTOS DE ESTILO EN LA MONTAÑA, por Julius Evola

ELEMENTOS DE ESTILO EN LA MONTAÑA
Julius Evola, Meditaciones de las cumbres (capítulo «La raza y la montaña»)


Primer punto: Castidad en la palabra y en la expresión. La montaña enseña el silencio. Hay que perder la costumbre de las chácharas, de las palabras superfluas, de las efusiones exageradas e inútiles. La montaña simplifica e interioriza. Una señal, una alusión, son allí más elocuentes que cualquier discurso. Esto, naturalmente, en el grado máximo. Cuando se está empeñado en la escalada o en la travesía, se impone de forma natural el estilo militar, el laconismo de la advertencia, de la orden, de la sanción. Sin embargo, este estilo se extiende desde la fase del ascenso a la vida de montaña en su conjunto. Ciertamente, a veces en los refugios se producen recaídas en la algarabía y la inmoderación, especialmente entre los jóvenes de nuestro pueblo. Pero esto no tiene nada que ver con lo esencial. Posee, cuanto más, el valor de una compensación y raramente se produce entre los verdaderos alpinistas, entre el tipo más cualificado, para quienes la montaña es algo más que una aventura esporádica y una emoción pasajera.
El segundo punto, directamente relacionado con el precedente, es la disciplina interna, a saber, el control completo de los reflejos, el estilo de una acción precisa, lúcida, dirigida sin más al objetivo, la audacia, alejada de la temeridad y de la irreflexión, pero relacionada con un conocimiento de los límites y de las fuerzas, así como de los términos exactos del problema que debe ser resuelto. En relación con esto, también, el dominio de la imaginación, es decir, la facultad de neutralizar instantáneamente todas las agitaciones inútiles y peligrosas para el ánimo. Son, éstos, elementos de estilo que tienen rasgos en común con los ascéticos, pero que se aplican a la acción, constituyendo presupuestos básicos de cualquier empresa alpinista de cierto relieve. La concentración lúcida conforme al objetivo; he aquí otra cualidad que la práctica del montañismo despierta y estabiliza hasta el punto de transformarla en muchos casos en manera natural de ser, en una especie de habitus. Aquel que en una travesía sobre una cresta de hielo piense en algo que no sea el siguiente paso que deberá dar con sus crampones o aquel que en una escalada, se deje dominar por la idea del peligro y permita que su imaginación vuele sobre el vacío del que está suspendido en vez de fijar su espíritu en la solución rápida y exacta de los problemas de peso, equilibrio y apoyo idóneo, ese hombre, una vez haya concluido la aventura, difícilmente volverá una segunda vez a la montaña. En cambio, volver a ella, afrontar y amar los mismos riesgos, dominar la técnica necesaria, significa dar una cierta forma al propio ser, forma que en muchos repercute también en el comportamiento general de cada día. Por otra parte, este realismo activo, este dominio lúcido, este estilo de un espíritu que tiene completamente sujetas el «alma» y toda reacción irracional es lo que caracteriza en general el estilo nórdico-ario y ario-romano. Ciertamente, otros deportes son susceptibles de propiciar parcialmente rasgos de estilo análogos. Pero la práctica del montañismo contiene una serie de elementos que conducen igualmente a su espiritualización, eliminando además el peligro de la mecanización propia de quien se ha reducido a un haz de reflejos bien controlados.
La práctica del montañismo, en tercer lugar, habitúa a una clase de acción que no se preocupa de los espectadores, a un heroísmo que huye de la retórica y de la gestualidad. De nuevo, es el propio ambiente el que propicia esta purificación de la acción, esta superación de toda vanidad, esta impersonalidad activa. Si un cierto tipo de hombre, «mediterráneo» se caracteriza por la necesidad de un público, por la tendencia a realizar cualquier acción, en cierto modo, con el espíritu de un actor, la práctica del montañismo constituye uno de los mejores antídotos contra el componente «mediterráneo» en este sentido que puede esconderse en alguna parte de nuestro espíritu. Aquel que practica el montañismo verdaderamente experimenta un gozo opuesto al del tipo que acabamos de definir: el gozo, especialmente, de estar solo, abandonado a sí mismo entre la inexorabilidad de las cosas: a solas con su acción y su contemplación. Que la mayor parte de las empresas alpinas se desarrollen normalmente en cordadas no contradice lo dicho porque no es un alpinista serio quien no ha comenzado, en cierta medida, a enfrentarse él solo la montaña. Y los compañeros de una cordada no son nunca un «público»: son elementos silenciosos que se reparten las tareas particulares de una acción común. Muy al contrario, cada uno sabe que en la cordada se le pide más que si estuviera solo, por las consecuencias que una imprudencia o una debilidad podrían acarrear a los demás.
Esto nos lleva por otra parte a considerar un cuarto elemento de estilo, que se refiere a una especial manera de ser y de actuar. En este contexto, camaradería es una expresión demasiado genérica. El vínculo que se crea aquí es más diferenciado y más personalizado. El elemento sentimental y afectivo ocupa una parte aún menor que en los casos genéricos de camaradería, aunque posee efectos de mayor intensidad. Podemos definirlo así: estar solos y estar simultáneamente juntos, relación lograda esencialmente mediante la acción. Guiar o conducir sirve como ejemplo: se trata de una indicación de los términos en los que hay que verificar una tarea, que debe siempre ser resuelta con las propias fuerzas. Tal vez sólo algunas formas de camaradería que se manifiestan en la guerra, en el combate, puedan propiciar, al igual que la práctica del montañismo, este mismo sentido especial de solidaridad activa que mantiene la distancia y que presupone una plena armonización de las fuerzas, una confianza que es medida precisa de las posibilidades de cada uno. Virilidad sin ostentaciones. Prontitud en la ayuda recíproca pero entre elementos que están en un mismo plano y sobre la base de un fin libremente elegido y concertadamente deseado.

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