CITAS Y AFORISMOS
"Es una experiencia verdaderamente fascinante, te olvidas de todo, de todas las preocupaciones, de todos los problemas, toda tu atención se centra en no caerte, es un deporte en el que interviene todo el cuerpo. Produce una enorme sensación de libertad sentirse tan cerca de las rocas, de la naturaleza, de las montañas, cuando alcanzas la cima sientes tal felicidad que quieres volver a experimentar esa sensación lo más a menudo posible".
Leni Riefenstahl

viernes, 14 de mayo de 2010

- LA VIA DE LA MONTAÑA, por GEO





G.E.O. – GRUPPO ESCURSIONISTICO ORIENTAMENTI
(Grupo Excursionista Orientaciones)




El presente texto es la transcripción de la conferencia de presentación del Gruppo Escursionistico Orientamenti que se pronunció dentro del ciclo de conferencias titulado «La vía de la montaña. El alpinismo como vía del despertar interior en el hombre moderno», organizado por la Asociación Cultural Raido el 26 de mayo del 2007, en la Sala Overture de Roma.
Con la conferencia de hoy damos por concluido el presente ciclo que se suma a los precedentes encuentros que hemos dedicado a la montaña durante éste primer semestre del 2007, proseguiremos, pues, siguiendo el hilo esbozado en la primera parte del ciclo que dio comienzo en marzo1.
Como ya pusimos de relieve con anterioridad, el ir a la montaña constituye una actividad en la que, además de ser saludable y regeneradora, se suman también elementos de tipo espiritual. Pero, mientras el bienestar psico-físico resulta algo fácilmente percibible incluso por quien vive la montaña de forma esporádica, la espiritualidad es un algo mucho más sutil que exige una aproximación «diferente». Tomaremos como punto de partida un principio que consideramos la base del método operativo de la asociación Raido, asociación , lo recordamos de nuevo, que no se ocupa sólo de cultura y de lo que tiene un sentido exclusivamente intelectual, sino que quiere por encima de todo ser una escuela de formación militante según los principios tradicionales. Por tanto, en este ámbito será valida la regla según la cual «No es más importante aquello que se hace, sino cómo se hace».
Pongamos un ejemplo práctico. En la mayoría de los casos la llegada a la cima, o el llevar a cabo una vía de escalada, exige la percepción de sensaciones diferentes, fuera de lo normal, las cuales pueden convertirse muchas veces, por las características técnicas intrínsecas y algunas veces de peligro del alpinismo, en un alimento de primera clase para la insaciable voracidad del ego. ¿Cuantas veces la legítima satisfacción por haber realizado una ascensión difícil se transforma en vanagloria y jactancia? ¿Cuantas veces el sentirse capaz de escalar paredes verticales nos hace creer ser mejores, pertenecer a un círculo de «elegidos»? Es muy fácil, tal y como nos enseña la experiencia, caer en el culto a la forma física, en el fetichismo de las técnicas o, como en el caso de la escalada, de la búsqueda de superación a cualquier coste de nuestro nivel convertidos en una obsesión hacia la que orientar la totalidad de nuestra vida.
Estos son algunos de los casos en los que, por más que la montaña pueda representar una «gran catedral natural», como decía Ruskin, o también «la conjunción del mundo terreno con lo divino», como subrayaba Rudatis, no pueda percibirse su espiritualidad intrínseca.
La desbocada deriva del alpinismo, repleta de records y de demasías, (basta pensar cómo el Everest en el transcurso de los años se haya convertido en una especie de feria de lo absurdo), puede afectarnos a todos y, por tanto, también a nosotros. No somos inmunes este riesgo. Para citar otros ejemplos, aparentemente diferentes, pensemos en aquel que se limita a buscar en el planet mountain un simple amor por el riesgo, sin diferenciarse en nada de aquel que lo busca, por ejemplo, en la práctica del bungee jumping o en las escaladas de los rascacielos. Éstos son casos en los que se buscan la emoción y estimular la adrenalina como un fin en mismo, por el placer de la ebriedad que pueden producir y por la confusa sensación de pérdida de sentido. Por el contrario, un justo acercamiento, o mejor, la aproximación que consideramos conforme a los principios tradicionales, presupone considerarlos como medios, como instrumentos para un mejor conocerse interiormente2. En realidad, en las ocasiones en las que su percepción es más fuerte es cuando nos ponemos a prueba en la búsqueda de «una disciplina de los nervios y del cuerpo, una osadía lúcida, un espíritu de conquista», como diría Rudatis, de una capacidad de conocer y superar nuestra propia debilidad, de encontrar la lúcida y precisa concentración para actuar.
Desde hace menos de un año hemos comenzado, gracias a la amistad y a la colaboración con el guía alpino Paolo Caruso, la práctica de la escalada y del alpinismo, lo que nos ha permitido poder enfrentarnos a nuevos aspectos de la naturaleza humana y ampliar las perspectivas enfocadas a un crecimiento interior. Y sólo entonces descubres cómo el movimiento durante la escalada, más allá de la predisposición física y motora da cada uno, es el resultado de un equilibrio psicológico que debe buscarse mediante una disciplina de cuerpo y mente, para el que es necesario entrenamiento, sacrificio y sobretodo voluntad para afrontar todas las debilidades y todas aquellas arraigadas convicciones que llevamos dentro tan difíciles de eliminar. O comprender lo fuerte que ha de ser el vínculo que une a los compañeros de cordada, la relación de total confianza que los vincula durante una escalada, el espíritu de abnegación de impersonalidad que permite el alcanzar el objetivo en un trabajo de equipo en el que cado uno, con lucidez y concentración, hace aquello que debe ser hecho, abandonando cualquier interés personal o individualista. O también, como nunca antes nos había sucedido, descubrir el miedo bajo formas nuevas y diferentes Advertir esa extraña sensación de impotencia y de desorientación que nos invade cuando se está frente a dificultades hasta ahora desconocidas Entender cómo las elucubraciones mentales están en la base de la sensación del peligro y de la aparición inesperada de la angustia. Aprender que todo ello pueda ser dominado por medio de un entrenamiento que, lejos de ser exclusivamente físico, interesa a la esfera interior del hombre.
Durante la escalada, por ejemplo, cuando nos invade el miedo, una respuesta eficaz no exige conjeturas mentales, tales como «convencerse que se es fuerte y no se tiene miedo», sino una lúcida toma de conciencia que, como enseña Paolo Caruso, es autocontrol y concentración, que es volver a ser nosotros mismos a través de una respiración apropiada, una conciencia del lugar y del contexto en el que nos encontramos, confianza en los propios medios y de los consejos del compañero de cordada. Pensemos en la eventualidad de que nos atenace una angustia inesperada y respondamos convenciéndonos a nosotros mismos de nuestras propias fuerzas y de nuestras propias capacidades pero, a la vez, continuemos respirando de manera acelerada y ansiosa; podemos entender como el problema, en vez de resolverse mediante una acción dirigida a las raíces, se retroalimentaría. Este enfrentamiento duro, escueto, directo con el miedo, puede, por tanto, ayudarnos a adquirir una seguridad y una fuerza interior que, si es inteligentemente canalizada, nos resultará útil en la vida cotidiana, cuando a nuestro regreso a la civilización debamos enfrentarnos con el desierto que crece. Como nos advertía Nietzsche, «Cuidado a aquellos que esconden desiertos en su interior».
Durante las ascensiones mensuales que organizamos, aunque la práctica del excursionismo sea técnicamente más sencilla que la de la escalada y la del alpinismo, nos damos cuenta de que siempre está presente el enfrentamiento interior. Pensemos en los casos en los que durante una ascensión dura, por las condiciones meteorológicas adversas, o por una escasa preparación física, las piernas y sobretodo la mente comienzan a gastarnos bromas pesadas. En esos momentos, en los que la mente «trabaja» y comunica una especie de rechazo psico-físico debido al cansancio es cuando la montaña nos mide y resulta útil para entender lo fuerte de nuestra voluntad y nuestro espíritu de sacrificio, o la capacidad de adaptación y de ser útil a quien se encuentra en una situación de mayor dificultad. Y a los pensamientos del tipo «pero, ¿quien me obligado ha hacer esto?» o también «no puedo más, tengo que parar, porque mis condiciones físicas han dado el máximo de lo que pueden dar», es necesario dar una respuesta que nazca de nuestro interior, un acto de potencia que imponga el dominio sobre sí mismo.
El año pasado, durante una ascensión a los montes Ernici3 debido a que confiamos en una información errónea nos fue imposible encontrar el camino de regreso, y entre bosques y barro, en medio de la oscuridad y tras más de diez horas de marcha, experimentamos lo que quiere decir confiar en el instinto y en la orientación. Ambos, puestos a prueba por los nervios y del cansancio, nos han permitido regresar al valle. La importancia de vencer el desaliento, la voluntad de alcanzar el objetivo propuesto, una mayor autoestima, comprender que ante obstáculos aparentemente infranqueables son necesarias respuestas para vencer en la batalla interior, son enseñanzas que siempre llevaremos dentro.
La actitud correcta, como podemos ver, consiste en considera a la montaña como un instrumento no para alimentar el propio ego sino para conocerse y crecer mediante el probarse a sí mismo y el autocontrol: vivir esta experiencia con el objetivo de entender qué es lo que somos, sin sucumbir ante los propios límites y los propios miedos, ejecutar una acción lúcida y valerosa dirigida hacia un «ir más allá», una acción consciente y no estúpidamente in-consciente. Todo este trabajo será verdaderamente eficaz, si somos capaces de conseguir un mayor grado de consciencia susceptible de ser trasladado a la vida cotidiana. La virtud que enseña la montaña, cristalizada a base de impersonalidad, sacrificio, amor por las cosas simples, espíritu de adaptación y una voluntad de un constante retarse a sí mismo pueden ayudarnos, si no a ser totalmente inmunes del mundo moderno, sí al menos a combatirlo eficazmente, a liberarnos de todo aquello que nos lastra en el corazón y que nos impide remontar verdaderamente el vuelo y vencer, una vez por todas, el miedo al vacío4.
Son ya más de 12 los años que la comunidad de Raido ha dedicado a trabajar en el campo de la formación y son también 12 los dedicados a la escalada de montañas pero, como muchas otras iniciativas, Orientamenti ha nacido tras un periodo de expectativas y de maduración. Aquello que nos empuja es la atracción por la naturaleza, por sus aspectos duros, arduos, y a menudo extremos y extenuantes, la necesidad de encontrar la armonía con sus ritmos (alba, ocaso, luz, oscuridad, calor, frío), la exigencia de «auto-medirse», incluso ante a la dificultad objetiva de encender un fuego, de comer, de dormir o de montar eficazmente un campo-base en medio a una tempestad de nieve. Tenemos sed del conocimiento que llevamos dentro, una voluntad de entender cómo somos y de donde venimos, creemos en Orientamenti como en un instrumento para quien no busca un record deportivo o fama, gloria o gratificación como únicos fines en si mismos y creemos en la montaña, y en las disciplinas que la rodean, como una ocasión funcional y una experiencia interior5.
Pero todavía resulta necesario precisar un último aspecto.
Al igual que para las iniciativas culturales que organizamos, también este ciclo de conferencias constituye un soporte teórico y doctrinario a la acción cotidiana y, para que esto nos determine, es necesario que al pensamiento y a la doctrina les sucedan las acciones, sin que todo quede en el ámbito de las «bellas palabras», de lo inacabado, de las cosas no solucionadas, manteniendo la distancia ante cualquier «deriva» de tipo académico e intelectualista, haciendo todo lo posible para que a los buenos propósitos sigan acciones eficaces. Y la montaña, como en los otros campos donde se actúa, necesita acción.
El Gruppo Escursionistico Orientamenti, con la humildad y la concienciación de quien tiene todavía mucho que aprender, pero con la determinación de quien quiere hacer todavía mucho camino, quiere prodigar los propios esfuerzos con la finalidad de que la interpretación espiritual de la montaña según los principios y los valores tradicionales pueda conocerse y difundirse, con el objeto de que todos aquellos que se aproximen a esta experiencia lo puedan hacer con las bases justas. Es importante no perder nunca de vista la función de la transmisión, del trans = dar en el origen etimológico de la palabra Tradición. Es necesario transmitir la propia experiencia y el propio conocimiento, con el objetivo de conseguir que todos aquellos que tengan un sentir común con respecto a la montaña, diferente de quien solo busca el rendimiento físico, records o alimentar su ego, puedan encontrarse, conocerse y crear las bases para trabajar juntos. Si existen sensibilidades comunes, si más allá del placer y la pasión por la montaña, existe también la voluntad de vivirla como una experiencia interior, debemos considerar la importancia de buscar la colusión de iniciativas, la unidad. Con tal propósito, G.E.O. y sus actividades no pretenden ser otra cosa que un instrumento para conseguir este objetivo, ser un punto de encuentro y de comparación para aquellos que tiene un sentir común.
Hoy no estamos aquí en un mitin político o con escuálidas tentativas de hacer proselitismo. Estamos ante un proyecto de hombres que se oponen a la creciente desertificación de toda forma de vida y de sentir espiritual. En estos tiempos finales del ciclo que vivimos en la actualidad, lejos de las siglas y de los personalismos, la unidad es un valor difícil de encontrar entre los hombres, pero las fuerzas existentes, numéricamente escasas pero cualitativamente válidas, constituirán en cualquier caso una espina clavada en el costado de la modernidad.
La montaña constituye, por lo tanto, una flecha en el arco para combatir contra el sueño de la consciencia, por la Tradición, por la victoria del espíritu sobre la materia. Aunque si la ascensión es larga y las vicisitudes a superar no son fáciles, no debe fallarnos la voluntad.
Por encima de nuestros límites, en la montaña o en la vida de cada día. Arriba los corazones.
Roma, 26 de mayo 2007




1 Más precisamente, el 3 de marzo 2007 un ciclo de conferencias organizado por el G.E.O. y por la Asociación Cultural Raido con la participación de diversos invitados los cuales, a través de sus intervenciones y la proyección de imagines y de películas, han aportado una imagen de la montaña conforme a los principios tradicionales y espirituales, sin nunca perder de vista la unión entre doctrina y acción, entre teoría y práctica en montaña.
2 «Se tiene justamente que reconocer que el mismo alpinismo vivido según este único espíritu no se podría distinguir demasiado de la simple búsqueda de emociones fuertes por la emoción en si misma, que provoca (...) todo tipo de extravagancias y demasías, atrevimientos milagrosos y de acrobacias, saltando desde aviones, carreras hacia la muerte, etc., pero que al final no significan nada distinto de una especie de excitante o de estupefaciente, cuyo uso nos dice más de la ausencia que de la presencia de un verdadero sentido de la personalidad, más de una necesidad de aturdirse, que de autocontrol». Véase Julius Evola, «Espiritualidad de la montaña» en Meditaciones de las cumbres.
3 Nos referimos a la excursión efectuada el 3 de diciembre 2006, que partiendo de Morino (AQ), se dirigió hacia el Monte Crepacuore a 1998 de altitud. La dura ascensión, con un desnivel por encima de los 1400 m., no supuso ningún problema a pesar de la mala señalización. Al regreso por el contrario, pretendimos seguir un sendero indicado en el mapa que nos debería haber llevado hasta el pueblo, pero a causa de la total inexistencia ni tan siquiera de la más mínima indicación realizamos un recorrido circular y descendimos, haciendo un «fuera de ruta» improvisado, que resultó incluso peligroso en algunos puntos. Si en la cima estábamos a las 12,30 h. hemos llegado a los coches a la 21,00 h.
4 «La concentración lúcida en el objeto constituye otra cualidad que la experiencia de la montaña despierta y estabiliza, hasta el punto de transformarla en muchos casos en un modo natural de ser, en una especie de habitus. Aquel que mientras realiza una escalada lateral por una cresta de hielo sobre un precipicio, piensa en algo diferente que no sea la siguiente huella en la que los rampones de sus botas tendrán que encontrar el anclaje más seguro, o aquel que en una escalada cede ante la idea del peligro y la imagen del vacío sobre la que esta suspendido, en vez de fijar su espíritu en la solución rápida y exacta de los variados problemas de peso, de equilibrio y punto de apoyo cuando sea llamado de nuevo a la aventura, difícilmente volverá por segunda vez a la montaña. Por el contrario, volver a afrontar y amar los mismos riesgos, dominar la técnica necesaria, significa dar una cierta forma al propio ser, forma que en muchos casos no deja de repercutir también en el comportamiento cotidiano». Julius Evola, Meditaciones de las cumbres.
5 «Extraer de la escalada algo más que el simple record deportivo, aspirar ha realizarlo solo como esfuerzo, como traspaso interior de los propios límites, como mediación de un acto puro de potencia, para transcenderlo, para purgar la acción del deseo, del afán de éxito, de la emoción, de la pasión y restablecerla como arbitrio, como libertad, como juego. Entonces, técnica y progreso material se reconocen como instrumentos y dejan de imponerse como valores». Domenico Rudatis, «Rivelazione Dolomitiche» en Il Regno Perduto, edizioni di Ar, p. 23.

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