CITAS Y AFORISMOS
"Es una experiencia verdaderamente fascinante, te olvidas de todo, de todas las preocupaciones, de todos los problemas, toda tu atención se centra en no caerte, es un deporte en el que interviene todo el cuerpo. Produce una enorme sensación de libertad sentirse tan cerca de las rocas, de la naturaleza, de las montañas, cuando alcanzas la cima sientes tal felicidad que quieres volver a experimentar esa sensación lo más a menudo posible".
Leni Riefenstahl

jueves, 13 de mayo de 2010

- SOBRE LAS CUMBRES, por Nicola Cozzio

SOBRE LAS CUMBRES
Homenaje a Julius Evola, escrito por Nicola (Trento)
(Artículo aparecido en la revista Orión número 237)

Al Maestro, aquel que más que ninguno ha sabido vivir la Tradición.

Cuando la mirada se abre a 360 grados sobre un cielo infinito y el horizonte aparece lejano, profundo, perdido en las brumas del valle, te sentirás lejano del mundo y de la ruindad.
Lejano, y sin embargo partícipe como nunca del humano destino, como el Soberano, como el Asceta.
Entrarás en la condición del alejamiento del mundo, de la certeza del infinito, condición favorable pero no necesaria para la introspección y la ascesis.
Cuando la pureza del aire te llena los pulmones y el azul del cielo los ojos, la contemplación devendrá natural, espontánea porque, nacida de la acción, sólo de la acción puede y debe tomar vida.
Solo en este estado de contemplación activa podrás sentirte dentro del gran diseño divino, podrás desnudarte completamente de las máscaras habituales y buscar el sentido esencial de tu vida.
Cuando, agarrado a las paredes, suspendido en la tenue cuerda, confiando únicamente en la fuerza de tus dedos y en el equilibrio de tus pies, lances la mirada, desafiando el vértigo, hacia el abismo que parece atraerte como el más potente de los imanes, sólo entonces, y en otros pocos momentos de lucha, percibirás con extrema claridad la majestuosidad del don de la vida y jamás volverás a estar dispuesto a malgastar ni tan siquiera un momento.
Cuando atravesando los desfiladeros de los pasos alpinos, acalorado por la subida, el viento helado del norte te embista con fuerza insospechada y azotándote en la cara te traiga perfumes desconocidos, entenderás la importancia de la flexibilidad, del saber recibir lo nuevo, permaneciendo recto e imperturbable como una roca.
Cuando la nieve te entre implacable en el cuello y descienda por la espalda, y en la oscuridad el frío haga que tus dientes y rodillas tiemblen, cuando no sientas los dedos, ya blancos, y te sea difícil incluso abrir el termo de café, la noche te parecerá eterna y amarás la luz, el calor del sol, las sabanas limpias, el calor de una mujer y el valor del reposo.
Cuando el hambre no sea solo una ligera incomodidad y la sed te seque en la garganta las palabras, entenderás aquello que es esencial y aquello que es superfluo, comenzarás a distinguir lo útil de lo necesario y podrás eliminar de ti mismo las estúpidas manías que la modernidad te proporciona y te darás cuenta de la estupidez de todas tus pequeñeces y «que vives en fondo del valle».
Por estos y por infinitos otros motivos te invito a levantarte y subir, porque todo aquello que has leído hasta ahora es nada, y nada has entendido si no lo has vivido en ti mismo.
No existe otra manera, no existen atajos ni compromisos, la ascesis tiene que ser realizada, sudada y aprendida con todo el cuerpo, con la inflamación de los músculos, con el dolor de los pies, con la sequedad en la boca, con ardor en la piel.
El peso tiene que cargarse hasta el fondo, o mejor dicho hasta la cima, sólo de esta manera tenemos la posibilidad de aprender la tremenda potencia de la fuerza de la gravedad, sólo de esta manera se aprende la vital importancia de superar la pesadez de nuestra condición humana (demasiado humana) para alcanzar metas divinas, sobrenaturales.
Una mochila pesada hace más que mil libros leídos sobre el sofá, porque quien cree aprender sólo con la mente cae en el más falso de los engaños.
Porque la mente no puede nunca ser suficiente, si no son coparticipes ni el corazón ni el cuerpo.
«Allí sobre la cumbre más afilada de la aguja más sutil, solo, está quien es capaz de llenar todos los espacios. Allí arriba, en el aire más fino donde todo hiela, solo, subsiste el cristal de la última estabilidad. Allí arriba en el pleno fuego del cielo, donde todo arde, solo, subsiste lo perpetuamente incandescente. Allí, en el centro de todo, esta aquel que ve todo lo realizada desde su inicio hasta su final». Así lo describe René Daumal en su obra maestra Il monte analogo (ed. Adelphi- ed. Atalanta en castellano ).
A todo esto se podrá objetar que caminar por las montañas y, más en general, el alpinismo son invenciones recientes, por lo tanto no indispensables y quizá prácticamente inútiles para el hombre tradicional, el cual se mantenía lejos de afrontar fatigas inútiles.
No es cierto. Desde siempre la montaña ha representado en todas las Tradiciones solares la vía para la purificación de si mismo, y además la sede dispuesta como morada de los Dioses.
Las montañas tornan de forma recurrente como símbolo del itinerario del hombre hacia lo Divino, a menudo su ascensión, también física, representa un auténtico e ineludible recorrido iniciático: «La feliz región de los liberados se alcanza a través de una abertura de la montaña» encontramos escrito en el Libro de los Muertos egipcio.
Cierto es que solamente en tiempos recientes el alpinismo se ha convertido en una actividad con un fin es sí mismo, más bien desvinculado de cualquier lógica de orden práctico. Se trata de una recuperación del valor simbólico, a menudo inconscientemente, en el cual se vuelve a afirmar la montaña como sede de un sufrimiento voluntario, de purificación y en un cierto sentido de auténtica catarsis.
Naturalmente, muchas otras pulsiones, mucho menos nobles, han llevado a los hombres en época moderna a escalar montañas: gloria personal, motivos científicos, vano nacionalismo, cuestiones económicas etc.
Pero podemos afirmar que la mayor parte de aquellos que frecuentan la montaña (no nos referimos a aquellos de los teleféricos, evidentemente) son empujados por auténticos sentimientos de renovación espiritual.
Hoy la degradación en la sociedad y su pérdida de contacto con lo Divino han provocado en el hombre una búsqueda de probar frente a sí mismo de manera física y concreta aquel ansia de ascesis que nos invade el corazón. En épocas más serenas el hombre tenía muchas ocasiones de demostrar su Valor, a si mismo y a quien estaba a su alrededor.
La rectitud en lo cotidiano, el coraje en la batalla, la fidelidad al propio Señor y a la propia Mujer, el continuo sacrificio a los Dioses, eran pruebas suficientes para sentirse realizado y situado en el mundo, ciertamente no era necesario escalar montañas.
Ahora que todo esto ha ido desapareciendo gradualmente, los pocos hombres que todavía se consideran herederos de la Tradición deben buscar los modos de exteriorizar y actualizar aquello que sienten latir en sus corazones. Sienten ineludiblemente la necesidad de dar forma a las Ideas, de conciliar todo aquello que se lleva dentro de si mismo con todo aquello que existe fuera de si mismo, en términos hindús: reconducir el atman con el brahman.
La lucha política, el compromiso social, el estudio de la Tradición, la fidelidad a un amigo y a la propia mujer, ocupan y satisfacen la mente y el corazón pero no pueden, ni deben, ser suficiente. Se advierte en lo profundo que algo falta, el cuerpo no se siente saciado: para el cuerpo el alpinismo y las disciplinas marciales representan una Vía de gran valor.
Las artes marciales tienen la capacidad de hacernos sentir como guerreros, siempre en tensión y listos para cualquier batalla. El alpinismo también. Éste actúa en una dimensión más individual, con la ventaja de conducirnos en un contexto favorable a la introspección, es decir, de hacernos entrar en contacto directo con uno de los rarísimos ambientes naturales todavía incontaminados: la montaña
Por lo tanto levántate y no te demores, no permitas realmente que la pereza se invente argumentos que justifiquen tu parálisis. No creas que la falta de experiencia o la lejanía de las montañas puedan ser una excusa. Naturalmente no es necesario subir a ocho mil metros para sentirse alpinista, ni escalar paredes inconquistables. En cualquier nivel, con la postura precisa de mente y de corazón, con el único sacro deseo de aproximarse a la morada de los Dioses, podrás acceder a la dimensión mágica de la montaña, tanto en el monte junto a tu casa como en los Himalayas.
La montaña une la tierra y el cielo, la simbología es de una claridad iluminadora pero no se debe limitar a una comprensión intelectual del símbolo: este asume poder y sentido solo cuando a esta comprensión se aúna la comprensión real del objeto simbólico, por tanto si se tiene una experiencia directa. Por otro lado, sería igualmente inútil el conocimiento directo y vivido de la montaña sin su comprensión simbólica. Lo contrario equivaldría a admitir que todos los alpinistas y montañeros son unos iluminados, cosa que evidentemente no es así.
Para quien tiene el don, o la presunción, de comprender a nivel intelectual el símbolo se convierte en un deber evidente experimentar directamente la potencia de tal símbolo, para no desperdiciar aquello que nos ha sido dado y para transmitir a los demás el reflejo de aquello que hemos conscientemente vivido.
«Para finalizar quiero detenerme particularmente en una de las leyes del Monte Análogo: para alcanzar la cima, es necesario ir de refugio a refugio. Pero antes de dejar un refugio, se tiene el deber de preparar a los seres que vendrán después a ocupar el puesto que dejamos. Y solo después de haberlos preparado, se puede ascender hacia lo alto. Por este motivo, antes de lanzarse hacia un nuevo refugio, hemos tenido que volver a descender para transmitir nuestros primeros conocimientos a otros que como nosotros buscan...»
El alpinismo representa hoy para el hombre que se dirige hacia una «Búsqueda» una concreta posibilidad de Liberación, entendida como metamorfosis interior.
El Graal eterno se oculta en regiones remotas e impracticables, hoy más que nunca.

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