CITAS Y AFORISMOS
"Es una experiencia verdaderamente fascinante, te olvidas de todo, de todas las preocupaciones, de todos los problemas, toda tu atención se centra en no caerte, es un deporte en el que interviene todo el cuerpo. Produce una enorme sensación de libertad sentirse tan cerca de las rocas, de la naturaleza, de las montañas, cuando alcanzas la cima sientes tal felicidad que quieres volver a experimentar esa sensación lo más a menudo posible".
Leni Riefenstahl

lunes, 28 de junio de 2010

- LA INSENSATA VIDA DE EMILIO COMICI. ALPINISTA, por Mario Cecere



LA INSENSATA VIDA DE EMILIO COMICI. ALPINISTA
Mario Cecere

Cuando pienso en Emilio Comici el sol aparece entre las montañas y calienta la lisa pared de la roca caliza más noble, lisa y bella. Y allí puedo ver como si fuera música que se eleva hasta el cielo a este hombre delgado y fuerte, “jubiloso mientras escala, melancólico en la cumbre”. Observo también sus pantalones bávaros de tosco tejido, el torso desnudo, la cuerda desgastada. Los músculos dorados acentúan la inspiración de la danza, la mirada cristalina y atenta, la mente que deambula entre las rocas y la tierra, permanece vacía y tensa, mientras el cuerpo se desliza nervioso embrujado por las alturas. Emilio Comici, el más grande montañero italiano, el más grande escalador de la era fascista, es para mi como un maestro encontrado en los libros que habría podido escribir De Amicis: podía admirar de lejos la juventud más valerosa, la voluntad cautivada por el sentido de victoria, el amor irresistible, la amargura del destino humano, el final inaudito, trágico y tosco, en la pared.
La timidez de Comici en la vida era comparable a la inconcebible grandeza de sus hazañas en la escalada, en aquellos mundos solitarios y luminosos donde todo es pureza y verdad, donde solo el cielo sacia el espacio y el silencio asciende tímido desde los valles abajo en la lejanía, y ningún ojo humano puede pretender violar o turbar la jocosa relación entre el águila y las cumbres. En esta simpleza absoluta y vibrante, las notas grávidas de los pasos se mezclan con la respiración fatigosa de los alpinistas que circundan las sutiles cornisas de tierra quebradiza. Y, como si de cientos de candados se tratara, se divisan en la lejanía los ganchos que estos clavan entre las rocas, y para darse fuerzas, de vez en cuando, algún empuje de ánimo y de esperanza antes de afrontar el siguiente ataque hacia lo desconocido. Nosotros sabíamos que sentía Emilio Comici en algunas ocasiones, una vez alcanzado el final de la escalada, cuando se sentaba con la mirada absorta entre agujas de roca y precipicios, delimitando el tetreo trazado de la pared apenas superada.
Y el recuerdo de sus fotografías nos ayudan a confirmar con justa certeza nuestras impresiones. Pero no pretendo hacer referencia a ellas, porqué arruinaría la enrarecida e inmóvil visión que por unos pocos minutos se posa desde lo alto sobre todas las cosas, y con ello perdería la afectuosa benevolencia del funambulista triestino, al que nunca le faltaron con toda seguridad la delicadeza y la cortesía, y una profunda comprensión por las desgracias de los demás.
Con un gran ímpetu realizaba su arte: «Nosotros vivimos de sensaciones, entendidas en el sentido más noble de la palabra. Cada uno tiene las suyas propias, de lo contrario la vida sería inútil y vacía. Pero para vivir con plenitud es necesario además arriesgar algo. El Duce nos lo ha enseñado de esta manera.» En la imagen de Comici el arte de la escalada devenía alpinismo “heroico” y el alpinismo significaba «elogio de la vida y contemporaneamente una vía de escape “elevada” del mundo». Espíritu gentil y solitario, giuliano (1) trasplantado en los Alpes, Emilio Comici sufría sin embargo del aislamiento que, con un cierto desaire, le era reservado por parte de algunos habitantes sabihondos de los valles de montaña, fruto oscuro de un cierto porte doloroso que en algunas ocasiones impone la montaña – o la vida – a sus hijos que la temen o sospechan de sus malicias y de su grandeza. Sin embargo, «Comici sufría y disfrutaba la montaña, la exaltaba y le lanzaba blasfemias, la dominaba y la temía» - el mismo era un refinado pianista, un ecléctico que supo trazar para el mismo y para todos aquellos enamorados de los Alpes una linea ascendente y jubilosa la cual decidio de repente quebrarse e ir en mil pedazos – y dejar tras de sí sólo un arco partido o una cuerda cortada colgando del abismo. «Durante las noches pasadas al abierto hablaba con las estrellas, y cuando caminaba con los “pies en la tierra” y hacía el maestro de esquí parecía siempre diverso a los demás hombres»: a pesar de la inspiración erótica que sentía por las montañas, Comici no era el estereotipo del tipo “vitalista” que existía en la época, y caería en un grave error quien quisiera únicamente sacar, del título “Alpinismo heroico” dado a los relatos de sus intrépidas escaladas, solo un peaje conformista, y con un regusto romántico, a un inspiración faústica o a una presunta demagogia del régimen. Eran estos tonos y estas expresiones que a nosotros, seres discordantes y desencantados, un poco nos molestan, oir ciertas cosas de un mundo donde a cada expresión correspondía un significado todavía compartido y vivido y no jerga de académicos. Expresiones que además no contemplan todas las divagaciones exuberantes y los ornamentales exfoliaciones de nuestro tiempo donde casi se desmentían todas las veleidades íntimas y de un exagerado lirismo, cada complacer retórico o nihilista, cada ordalía de lo trágico. Del Comici individuo y de su atormentada existencia, en realidad, de las burlas y de los triunfos, de los sufrimientos y no sólo en la pared, nunca nada ha sido revelado de la mano de este noble escalador, víctima de un amor nunca correspondido. Y sin embargo, las raíces profundas de ciertos pensamientos, sin ninguna pausa meditados, debieron a sostener y alimentar, y seguramente también a afligir su extraordinaria vocación.
Hoy cualquier “fenómeno” pagado por algún sponsor no habría omitido por ninguna razón del mundo “desvelar” a su proprio público las reconditas raices, los miasmáticos canales interiores, los tortuosos recovecos psicológicos, los excepcionalmente únicos conatos existenciales, la destacada dedicación por el respeto de la ecología, las olorosas resinas místicas – no obstante de justificar el hecho de realizar una simple acción, como en este caso la escalada, que es esencialmente gratuita y que, de la propia innecesidad de transmitir sus motivaciones no pregunta y no da explicaciones.
Quizá la montaña hallada, conocida y amada por Comici no es la montaña de “nuestros dias” – domesticada por pedagogos a tiempo libre y de buenas intenciones, reducida a “asistente social” dispensadora de compensaciones gimnásticas y programaciones políticamente correctas para el vasto publico del fin de semana.
Solo teniendo a disposición secretos arquitectónicos premodernos se conseguiría aproximarse al reino de la Diosa. Solo en armonía con una indecible resonancia del alma con la materia viva se podría responder a sus invitaciones, solo presintiendo la fuerza emanadora seriamos capaces de arriesgarnos alocadamente a dirigirle quien sabe que tipo de misterioso interrogativo, o inconsciente invitación. Y la manifestación apolínea del gesto estético en la pared, buscado a su vez con ostentación por parte de Comici, no nos habría dejado tan de piedra si no hubiera sido, al mismo tiempo, unida a la práctica dionisiaca e intemperantemente, “heroica”, del alpinismo: tumulto celeste y salvaje – y muda adhesión, sin ninguna piedad , del cuerpo del hombre al alma de los Alpes.

(1) habitante de la región italiana, Friuli Venezia Giulia. NdT

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