CITAS Y AFORISMOS
"Es una experiencia verdaderamente fascinante, te olvidas de todo, de todas las preocupaciones, de todos los problemas, toda tu atención se centra en no caerte, es un deporte en el que interviene todo el cuerpo. Produce una enorme sensación de libertad sentirse tan cerca de las rocas, de la naturaleza, de las montañas, cuando alcanzas la cima sientes tal felicidad que quieres volver a experimentar esa sensación lo más a menudo posible".
Leni Riefenstahl

jueves, 15 de septiembre de 2011

- MONTAÑAS DE UNA VIDA, HOMENAJE A WALTER BONATTI.

MONTAÑAS DE UNA VIDA. Walter Bonatti

La montaña ha marcado mi formación desde el principio. Me ha permitido satisfacer la necesidad innata de medirse y probarse, de conocer y saber que cada hombre experimenta. Así, empresa tras empresa, allá en lo alto, me he sentido cada vez más vivo, libre y auténtico, en suma, realizado. Siempre he obedecido en mi vida de escalador a las emociones, al impulso creativo y contemplativo. Pero ha sido especialmente durante la práctica del alpinismo solitario, cuando he podido entrar en sintonia con la Gran Naturaleza y cuando he podido intuir con mayor profundidad aún mis porqués y mis límites.
Afrontar en soledad la naturaleza más adusta me ha acostumbrado ante todo a tomar solo mis propias decisiones, me ha enseñado a medirlas con mi metro y a pagarlas con mi piel. Por lo tanto la soledad ha sido para mí una escuela formativa, una condición preciada, una verdadera necesidad a veces; nunca en cambio, angustia. Precisamente gracias a estos preliminares, he podido efectuar en todas las ocasiones un fascinante viaje hacia mi proprio interior para escrutarme, comprender y, al mismo tiempo, entender mejor a los demás y al mundo que nos rodea. A veces, el silencio que acompaña mi aventura solitaria me aturdía con todos sus misterios, pero decir silencio -bien lo sabía ya entonces- significaba también escucharme, hablarme, reflexionar.
Me he preguntado a menudo si he nacido o si me he hecho solitario. Es cierto que algunas experiencias me han hecho perder muchas ilusiones con respecto a los demás. Pero, en todo caso, mi naturaleza es la del alpinista solitario.
La acción me ha llevado a soñar, a temer, a exaltarme y, la mayoría de las veces, del sueño y de mi sensibilidad surgía la acción. Está, pues, fuera de toda duda que yo soy un soñador, mis aventuras comenzaron a existir en el mismo momento en que tomaron forma en mi mente. Trasladarlas a la realidad no ha sido más que la consecuencia lógica de aquel primer destello, de aquella invención primera. Cuando imaginé que podría escalar en solitario el Pilar del Dru, me encontraba en un momento peculiar, en un estado de ánimo casi irreal donde todo puede parecer posible y normal. La posterior materialización de esta escalada fue tan sólo una consecuencia natural y prevista, seguramente no más válida que el puro hecho de haberla ideado. Cuando sueñas que concibes cosas extraordinarias, cuando crees que verdaderamente creas, entonces, sólo entonces tu alma supera las barreras de lo posible. Siempre he creído en ello profundamente.
No existen montañas propias –ya se sabe-, si existen sin embargo experiencias propias. A las montañas pueden subir muchos otros, pero ningún otro podrá invadir jamás las experiencias que son nuestras y que como tales permanecerán.
En mi opinión, el valor de una montaña, es decir, el de su escalada, está constituido por la suma de elementos diversos y todos importantes: el estético, el histórico y el ético. Nunca podría separar estos tres factores ni prescindir de ellos, ya que fundamentan mi concepción de la montaña.
Hay quien, por indolencia, sólo es capaz de ver en el alpinismo un medio para huir de la realidad de nuestros días. Pero no es justo. No excluyo que, ocasionalmente, pueda manifestarse en quien lo practica cierto componente de escapismo, pero este componente no debe atropellar la razón fundamental que no es huir sino alcanzar.
El miedo, que debería vivirse siempre conservando cierto control, constituye muchas cosas diferentes al mismo tiempo. A menudo me ha servido para estimular el coraje, incluso el coraje de aceptar la renuncia cuando es necesaria. A su vez, el coraje es un sentimiento que hace al hombre dueño de su propia dignidad. Coraje, sobre todo en el plano individual, es también la voluntad cívica y responsable de no resignarse a la creciente degradación moral. Es, por último, esa sana cualidad que consiste en cargar con sus propios errores: virtud bastante escasa en la actualidad y por eso precisamente aún más digna de aprecio. Con todo, el coraje no podrá ser nunca fruto de un impulso desmesurado y peligroso: el riesgo subsiguiente sería por sí mismo estúpido, árido e insignificante. Considero que un cierto tipo de riesgo da sabor a las cosas y es, sin duda, uno de los componentes de la aventura, pero se trata de un caballo cuyas riendas hay que saber sujetas con firmeza.
Captar la atención de los demás puede ser una exigencia humana que, incluso, llega a ser gratificante para algunos. Pero la notoriedad por sí misma no significa nada: un palurdo, por ejemplo, puede alcanzarla en su máximo grado. En cambio, ser seguido, comprendido, querido es algo grande. Sería hipócrita si negase el placer que puede proporcionarme el éxito y la consideración de los otros. Pero siempre he leído la prensa con un solo ojo. En mis tiempos, todo lo que hacía en la montaña constituía noticia, información, pero para mí se trataba sólo de un hecho marginal. De no haber sido así, después del Cervino en el invierno de 1965 –yo no tenía más que treinta y cinco años-, habría emprendido otras aventuras en la montaña, quizás incluso repitiéndome. Sin embargo, lo dejé. Tal vez sirva esto como demostración de lo indiferente que me resultaba la notoriedad: de hecho, una vez conquistada al más alto nivel, no la «exploté», al contrario, abandoné la escena del gran alpinismo que me había procurado la fama.
Mi vida de alpinista está sembrada de experiencias vividas en los límites del drama, no puedo negarlo. Pero hay que tener en cuenta que durante más de dieciseis años me moví en medio de situaciones extremas. De todos modos, la montaña no ha sido para mí únicamente un territorio de tragedia y de sufrimiento –como insinuan con frecuencia quienes me suponen masoquista-, sino ante todo lugar de gozo y de exaltación, porque en lo alto he vivido horas, situaciones y espectáculos verdaderamente únicos. Sí –respondo a una provocación recurrente-, he completado también numerosísimas ascensiones hermosas, seguras y realizadas con ánimo tranquilo, pero han resultado ser escaladas sin historia, no merecen ser recontadas en estas páginas.
A menudo he tenido que luchar duramente en defensa de los principios que sostienen mi existencia. Represento un referente más bien incómodo para aquellos que no quieren entender; he sido acusado de ser polémico y de tener mal carácter. La verdad, sin embargo, es que escucho la crítica honesta, inteligente y constructiva. El resto se pierde en el aire, más aún, procede de quienes son aire.
Muchos alpinistas del siglo XIX que he admirado por la forma en que afrontan las montañas, prescindiendo del éxito conseguido y del valor que atribuían sus seguidores a sus escaladas. Bastante menos me reconozco en el pensamiento y en las ambiciones de los contemporáneos, aunque aprecio sus dotes como escaladores.
Siempre he considerado al compañero de cordada, ante todo, un amigo sincero y seguro, capaz de arriesgarse, de tomar decisiones y en posesión de una cierta cautela natural. He contado siempre con poderme entender con él incluso sin hablar. No me ha importado gran cosa si no se ha revelado como un perfecto plusmarquista en la acción. Desgraciadamente, no me he encontrado a menudo compañeros de tal clase y, al contrario, cuando creía encontrarme en perfecta sintonía con alguien ha llegado, por sorpresa, la decepción.
Nunca he buscado la competición en la montaña. Con frecuencia la he evitado. Pero muchas veces, cuando me he cruzado en el camino con algún aspirante a la misma cima, hemos unido nuestras fuerzas o, en el peor de los casos, le he cedido el paso.
Como la edad no representa para mí una limitación, puesto que la vivo como un acrecentamiento, estoy convencido de haber vivido, y de seguir haciéndolo, de forma muy activa y evolucionada. He satisfecho todas mis ambiciones y realizado todas mis expectativas. No quiero con esto proponerme como modelo para nadie. Sin embargo, veo que hay quienes comparten mi forma de sentir y de ser,
Y entonces se despierta en mí el rogullo de proponerme como punto de referencia para ellos. Nunca traicionaré esta referencia. No obstante, atención: verme sólo como alpinista es ver sólo la mitad de mí. Incluso bastante menos de la mitad si tenemos en cuenta que el alpinismo, al de más compromiso y riesgo, no le he dedicado más que dieciséis años de mi vida. Así pues, si tengo ocasión de serle útil a alguién, sólo puedo sentirme feliz y orgulloso por ello: lo considero importante. Creo que todo hombre siente la necesidad de difundir sus experiencias, de transmitírselas a los otros, y que, andando el tiempo, con los años, esta necesidad se acentúa más. Pero en mi caso, se ha producido, casi para contradecirme, un sentimiento emanado de un rencor largamente padecido. Estoy hablando del desprecio hacia aquellos -y son demasiados- que provocaron tantos y tales problemas a mi alrededor que me indujeron un día a marcharme, hastiado no de la montaña, por su puesto, sino de la comunidad alpinista; harto muy a menudo, de aquellos que precisamente más la representaban. Todo esto me arrebató el deseo y la posibilidad de vivir en mi mundo; y cuando digo vivir, quiero decir, sí, recibir, pero también dar. ¿Quién me ha forzado a tanto? No es un rostro determinado o, mejor dicho, es el rostro de la incomprensión, de la envidia, de la irresponsabilidad, de la hipocresía, del cinismo que he notado en torno a mí, haciendo que me sintiera muchas veces presa de un hatajo de miopes y falsos. Todavía estoy pagando sus nocivos efectos.
El alpinismo siempre significó para mí aventura, no podía y no debía significar otra cosa; y esa aventura he querido vivirla, ayer y hoy, a escala humana. Por lo tanto, cuando de mí ha dependido, he rechazado todo tipo de organización y de soporte técnico en mis empresas, para preservar esta valiosa dimensión. Hace algunos años, por ejemplo, había decidido vivir una experiencia singular en una tierra todavía virgen, lejana de cualquier asentamiento humano. Mi elección había recaído en la Patagonia chilena, una porción de tierra austral hendida por los profundos fiordos que se adentran allí desde el océano Pacífico. Una tierra que se mantiene, todavía hoy, al margen del resto del mundo.
Todo aquello que en esos parajes hice se produjo a escala humana, lo que me reportó una nueva experiencia. Pero si únicamente hubiese querido vivir una aventura de repercusión popular en la Patagonia, habría hecho como hacen otros: asegurarse enlaces y abastecimientos mediante el rápido transporte aéreo, utilizar conexiones de radio y señales electrónicas de diversas clases, servirse de infalibles instrumentos que operan a través de satélites del tipo Global Positioning System, para garantizarse una perfecta orientación y para conocer con exactitud las distancias recorridas o todavía por recorrer. Una empresa fin en sí misma, estéril, apta sólo para convalidar el éxito del medio técnico empleado. Una expedición que hoy, por supuesto, no constituye un problema pero que tampoco tiene ningún interés en el plano humano. Además, este tipo de aventura, a la que me opongo decididamente, se basa, en una especie de engaño vergonzoso que distorsiona todo ante los ojos de los demás. Un engaño difundido en cada aventura que, con escaso buen gusto y aún menos corrección, querrá compararse con la auténtica aventura de los pioneros. En resumen, afirmo que ahí ya no hay aventura: faltan la soledad, la incógnita y la sorpresa. Son estos factores los que ponen a prueba el ingenio y los recursos del hombre y los que recuperan una dimensión más natural para sus empresas.
Sofisticados medios y equipamientos, productos dietéticos y farmacéuticos dignos de los astronautas, aparte de una profundización en los conocimientos en el campo médico, biológico, fisiológico y otros, no podían por menos que revolucionar y ampliar cada vez más los límites de lo posible. Teniento esto en cuenta, convendría no confundir las cosas de hoy con lo irrealizable de ayer, cuando lo desconocido era vasto y los medios para afrontarlo rudimentarios. En los materiales modernos, por ejemplo, todo es racional, ligero, resistente. Las bombonas de oxígeno han sido sustituidas en las cotas enrarecidas de los ocho mil metros por la farmacoterapia, que alivia también la fatiga muscular y cerebral. Gracias a la evolución de los medios y a la seguridad psíquica que se desprende de ella, lo imposible en la aventura retrocede más y más cada día hasta poder afrontar y convertir casi en normal -en niveles altos, se entiende- cosas hasta ayer impensables. Por otra parte, cada uno es hijo de los medios, de los límites y de los sentimientos característicos de la propia generación. Lo comprendo y lo respeto aunque, a veces, me resulte difícil entrar en la lógica de tiempos que no me pertenecen. Me interesa pero siempre con la condición de que hombres y empresas estén perfectamente acordes con sus correspondientes épocas.
Nos preguntamos qué sentido puede tener el alpinismo hoy en día. Todo aquello que expresa valores humanos, y por lo tanto también el alpinismo, debería merecer respeto. Sin embargo, no siempre es así porque, actualmente, en un mundo que parece cada vez más dispuesto a premiar a los astutos y a los tramposos, a rendirse ante ladrones y corruptos, es difícil auspiciar virtudes como la honestidad, la coherencia, la responsabilidad, el compromiso y los gestos desinteresados del espíritu. Todos sabemos que la verdadera enfermedad de base, infecciosa y contagiosa, se incuba hoy en día en el Estado -al menos en el nuestro- con sus instituciones deslegitimidas y envilecidas, con sus entramados de poder y de intereses personales con demasiada frecuencia escandalosos. Todo esto lleva a que la sociedad, afectada por los efectos del mal gobierno, casi asfixiada por el reflejo de las debilidades propias y ajenas, llega a subvertir o a ignorar los valores más elementares.
Sea como sea, mientras en el alpinismo se manifiesten la fantasía, la pureza de sentimientos y la necesidad de conocimiento -referido este último, sobre todo, a la naturaleza individual- el alpinismo permanecerá vivo. No existe, como alguno teoriza, la escalada moderna, antigua o futura. Existe solamente la escalada y, como tal, no es más que un medio convenientemente adaptado a la propia ética para alcanzar las propias aspiraciones. Sin embargo, no confundamos alpinismo y virtuosismo, aventura y espectáculo.
Como ya he dicho, la montaña ha sido para mí, sobre todo, un motivo y un medio para ir más allá, para dar salida a mi curiosidad. Y aquí vuelve a surgir el tema de que yo soy, en el fondo, una gran curioso. Pero he tenido también otros motivos no menos importantes, como el de vivir fuera de ciertos esquemas sociales que limitan y, a menudo, desilusionan; moverme en una naturaleza grandiosa y genuina, a la que me siento vinculado; medirme sobre todo conmigo mismo; encontrar mi identidad; en una palabra, la realización. Si ha habido decepción, ésta no ha sido provocada por la montaña, lo repito, sino por su mundo, por su gente. Con razón o sin ella, he sido muy envidiado, criticado e, incluso, atacado. Pero se trata, tan sólo, de la otra cara de la moneda.
En la montaña se ponen a prueba y desarrollan dotes espartanas que impone la propia naturaleza, pero es difícil trasladarlas a la enseñanza en el vivir cotidiano. Es el eterno conflicto entre dos vidas: sobre el papel podrían parecer afines y que una vida sirviera para fortalecer a la otra, pero en realidad se encuentran en dos líneas que divergen y que, en muchas ocasiones, se oponen. La montaña me ha enseñado a no hacer trampas, a ser honesto conmigo mismo y con lo que hago. Afrontada de cierta manera, la montaña es una escuela indudablemente dura, a veces incluso cruel, pero sincera lo que no siempre sucede en la vida diaria. Así pues, si traslado estos principios al mundo de los hombres, me veré considerado al instante como un tonto y, en todo caso, seré castigado puesto que yo no he dado codazos, tan sólo los he recibido. Es verdaderamente difícil conciliar estas diferencias. De ahí la importancia de fortalecer el espíritu, de elegir lo que se quiere ser. Y, una vez elegida una dirección, se debe ser lo suficientemente fuerte como para no sucumbir a la tentación de tomar otra. Naturalmente, el precio que hay que pagar para permanecer fieles a este «orden» es altísimo. En lo que a mí respecta, el patrimonio espiritual que he obtenido es proporcional.
Con el paso de los años, había comprobado con más claridad que, en el fondo, mi verdadera inclinación era la de vivir la aventura en su expresión más amplia y universal. Así pues, tenía que ensanchar mis horizontes y girar trescientos sesenta grados en un mundo que, aunque ya lo había atisbado, era aún desconocido para mí. Cuando nace el gusto por descubrir, constantemente se siente el deseo de ir más allá. De todos modos, a pesar de haber pasado tantos años, siempre he regresado al Mont Blanc y lo he hecho como se vuelve a la casa paterna para dialogar, con todo el afecto y los recuerdos que el hijo busca en sus padres.
A partir de un interés inicial que ha sido el de practicar el alpinismo, han germinado todos los brotes al dictado de la curiosidad. Hoy puedo afirmar que me ha interesado todo y todavía puede interesarme si se ha hecho, pensado y vivido de una determinada manera. Por lo tanto, siempre he albergado, de forma innata y acentuada, el deseo de conocer y saber; sin embargo, sólo he podido satisfacer suficientemente este deseo por medio de la experiencia alpinista primero y más tarde andando en solitario por el mundo.
Ahora me conozco mejor a mí mismo y cuanto he hecho. Sé lo que quiero de mí y de los demás. En mi corazón tengo la total certeza de que no existen metas regaladas. A esta conclusión he llegado, más allá de las cimas alcanzadas, de los lugares explorados y de los éxitos obtenidos.

1 comentario :

  1. La vida de un gran hombre comienza combatiendo una gran mentira.

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