CITAS Y AFORISMOS
"Es una experiencia verdaderamente fascinante, te olvidas de todo, de todas las preocupaciones, de todos los problemas, toda tu atención se centra en no caerte, es un deporte en el que interviene todo el cuerpo. Produce una enorme sensación de libertad sentirse tan cerca de las rocas, de la naturaleza, de las montañas, cuando alcanzas la cima sientes tal felicidad que quieres volver a experimentar esa sensación lo más a menudo posible".
Leni Riefenstahl

sábado, 21 de abril de 2012

- EPÍLOGO POR HEINRICH HARRER (CAPÍTULO VII DE VIII)

EPÍLOGO
Por Heinrich Harrer



Descendemos. A quienes más tarde nos preguntaron qué sentíamos, nada pudimos contestarles. No sentíamos nada. Descendíamos.
"Eh, Anderl, tendrás que prestarnos un poco de dinero”, digo yo. Si me contestó, no oí nada. Se había desencadenado una terrible tormenta. Seguro que había dicho “sí”.
Este es efectivamente nuestro primer deseo, regresar junto a los hombres. Realmente hemos estado muy lejos durante los últimos días. Esta noche queremos dormir en una habitación, en una auténtica cama y Fritz podría fumar cigarrillos secos, encendidos con cerillas secas. ¡Lo había deseado tanto durante todo el tiempo! y mientras tanto podría secarse nuestra ropa. Sólo una noche en una cama. Después ya volveríamos de nuevo a la tienda.
Descendemos. No hay duda. Nos metemos en la niebla, no vemos nada de lo que hay abajo, ni tampoco podemos ser vistos. Estos bancos de niebla compactos y grises nos ocultan cualquier vista.
Anderl, el mismo Anderl que hace un par de horas había maldecido furiosamente al no poder salir airoso a la primera de un extraplomo, estaba ahora totalmente silencioso. Pero todos estamos ahora silenciosos. Sólo se habla lo imprescindible. Todos estamos muy cansados. El descenso, sin ser especialmente dificultoso, no nos parece fácil en absoluto.
Cuanto más descendemos, más blanda está la nieve y más difícil se hace caminar por ella. Vamos arrastrando las cuerdas empapadas en confuso desorden. La tormenta de nieve se va convirtiendo gradualmente en lluvia y avistamos la Estación del Glaciar del Eiger. Allí abajo distinguimos algunos puntos; poco a poco se van multiplicando.
Y ahora los tenemos ante nosotros.
Gente... Camaradas.
Los mejores alpinistas del Ordensburg Sonthofen y dos camaradas de Viena. Auténticos alpinistas. Cada uno de ellos por separado, habría sido capaz de escalar la pared.
Nos estrechan las manos y nos dan golpecitos en la espalda. No preguntan nada y nosotros no abrimos la boca. Es un recibimiento magnífico. Lo sentimos: ahora volvemos a casa.
Detrás de los camaradas viene más gente: italianos, suizos, franceses, tal como han salido corriendo de la estación del glaciar del Eiger, sin equipo de montaña, con pantalones largos y zapatos de ciudad. ¡Alegría! ¡Júbilo! Nos abrazan con euforia y nos estrechan contra el pecho. Alguien nos había visto venir, aunque debíamos ser oscuras formas en medio de la niebla. Había gritado: "¡Ya llegan!" y todos cuantos habían oído este grito lo iban repitiendo, y todos cuantos estaban esperando, gritaban también y trataban de subir hasta donde nos encontrábamos. Mucha gente estaba esperando y ahora venían todos, y los primeros, el equipo de salvamento.
Ahora no se nos permite llevar nada. Nos lo quitan todo. Y si hubiésemos dicho “Ilévennos a nosotros”, en verdad lo habrían hecho. De repente, de golpe, nos despabilamos y desaparece todo rastro de cansancio.

Nadie ha preguntado cómo lo hemos conseguido, en cuánto tiempo y por qué ruta. Ven que estamos aquí y eso es lo esencial.
Wiggerl ha dicho riendo: "¡Vds. que han acudido como equipo de salvamento, Vds. deben salvarnos!" Es necesario, deben realmente salvarnos, pero sólo de la gente y, sobre todo, de la prensa.
Seguimos caminando como por entre una "guardia de corps". Acude más gente, cada vez más gente, y nos traen aguardiente para conservar el ánimo y chocolate y nos lo tenemos que tomar de un trago. Podemos pedir cuanto deseemos. Pero ¿qué? ¡Una camisa seca para Anderl Heckmair!” “¿y los calcetines?” Wiggerl recibe inmediatamente un par de zapatillas de manos de un cliente del hotel y el director del mismo me hace entrega a mi de un traje, muy elegante por cierto, aunque dentro caben dos como yo. Pero lo que es más importante: está seco.
A continuación nos dan de comer. Nos sentamos entre el equipo de salvamento. Los flashes de la prensa no cesan de producir destellos. "Nos da igual". Comemos como es debido y nos da lo mismo si entretanto nos tomas fotografías o el por qué. Hace días que no hemos comido como es debido, nuestros últimos macarrones datan de hace una semana. Hemos sido devueltos a la tierra y, por tanto debemos volver a comer.
Después nos instalamos en la habitación del hotel. Delante de cada habitación se coloca un guardia. Delante del hotel dos. Así se nos mantiene "a salvo".
La prensa está allí. Preguntan celosamente. Quieren saberlo todo con exactitud. Entretanto, nuestros amigos nos explican que los periódicos, después de que nosotros conquistásemos la pared, han enviado corresponsales especiales a la estación. Cada día han ido informando de lo que han visto así como de lo que no han visto. Su espera se ha visto compensada. Son los primeros, alemanes, italianos, franceses. ¡Qué debemos hacer inmediatamente ahora! Explicar, explicar y colocarnos en grupo para que nos tomasen fotografías. Un periodista americano tiene incluso la pretensión de que simulemos un vivac... "Lo tendremos en cuenta", opinó uno de nosotros. Todo nos es indiferente y, sin embargo, ahora no tenemos ningunas ganas de quedarnos solos. Volvemos a estar rodeados de mucha gente. Es ya tarde cuando el último desaparece por la puerta.
A las 6 de la mañana ya tenemos de nuevo aquí a los fotógrafos de la prensa para tomar fotos durmiendo de los conquistadores de la pared en la cama. ¡Dios mío!
La mañana se llena de excitación, preguntas y llamadas telefónicas. Por primera vez nos enteramos de que la radio ha tratado el tema "Pared Norte” como de palpitante actualidad, interrumpiendo incluso transmisiones radiofónicas e informando a los oyentes sobre lo que se iba observando en la pared. En esa época no se había conseguido nada tan importante como la ascensión de la pared norte del Eiger.
Heckmair y Vörg partieron antes que los demás hacia Grindelwald a causa de sus heridas. Kasparek y yo nos quedamos a almorzar en el Klein‑Scheidegg y tenemos el honor de ser invitados por el enviado alemán, el Dr. Köcher. El Dr. Köcher no había podido aguantar más en Berna. Durante el transcurso de los años había visto a muchos alpinistas alemanes discutir el problema de la “Pared Norte del Eiger", había presenciado esperanzas y desengaños y también mucha tristeza, conocía las protestas de los suizos contra la ascensión de esa pared inquietantemente asesina, pero también conocía muy bien a sus compatriotas. Los últimos tres días, un sólo deseo le preocupaba: ojalá lo consigan. Deseo y esperanza y confianza todo al mismo tiempo.

Un antiguo compañero de escalada nos ha invitado a comer. Fritz y yo podemos pedir nuestros platos favoritos. Fritz escoge: "Asado de cerdo" y yo: "Mucha verdura". Fritz dice riendo: "Déjalo, la verdura no tiene futuro!" y cuando el camarero nos trae montones de patatas, ambos estamos de acuerdo: “No era necesario".
Por la tarde estamos de nuevo todos reunidos en Grindelwald. No quiero dejar de mencionar el amistoso comportamiento de la Administración de los Ferrocarriles, que añadió un furgón y se detuvo a media distancia entre Grindelwald y Scheidegg para recoger todo nuestro equipo, incluido el del campamento.
En Grindelwald, nuestra primera visita es para la Sra. Dr. Belart. Es natural. Tenemos el deber de informarle de nuestro regreso sanos y salvos. Siempre nos abrió su casa mientras hacíamos planes, e incluso me atrevo a decir que nunca cerró su corazón a nadie que necesitase de su consejo. Mientras otros se desentendían con las palabras “candidatos a la muerte”, ella estaba siempre dispuesta a meditarlo conjuntamente. No hemos sido los primeros en llamarla "madre de los alpinistas alemanes" a esta mujer bondadosa, fuerte, siempre dispuesta a prestar su apoyo. Siempre la estaremos agradecidos.
Bueno, realmente sanos no es que estemos. Ahora empiezan a salir las heridas causadas por las heladas en los pies, que están ya muy hinchados. Y las manos de Vörg y Kasparek tienen mal aspecto. Y así, la visita de agradecimiento se transforma en una cura de heridas.
Ante nosotros, descansa ya todo un fajo de telegramas. El Jefe de Deportes del Reich Von Tschammer und Osten, el representante del Reich para la Marca Oriental Dr. Seiss‑Inquart, el Jefe de Organización del Reich Dr. Ley, el Gauleiter Bohle, el Alcalde de Viena, el Embajador suizo en Berlín, Leni Riefensthal y muchos otros nos felicitan por nuestro éxito. Ahora recibimos el telegrama de un alpinista, Primas. Su camarada Gollackner murió congelado el año pasado, luchando contra la pared. Ahora permanece con nosotros en el pensamiento. Hermann Steuri llama por teléfono. Amigos montañeros de todas las regiones nos envían sus saludos.
Llega una carta de felicitación de una madre que estuvo sufriendo durante ocho días por sus dos hijos, en apuros en la pared este del Watzmann.
No queremos dejar de referirnos a una persona de gran respeto. El enterrador de Grindelwald. No es tan espantoso como suena, sino más bien divertido. Hace mucho tiempo que conocemos a este hombre consciente de su deber y cuando hace poco nos lo encontramos, nos dijo amistosamente: "Dentro de dos días también tendréis frío", nos reímos y nos hicimos los inocentes. Dijimos que no teníamos ningún proyecto, que se equivocaba, que éramos malos clientes.
‑ “¡Se os ve en la cara, queréis escalar la pared!"
No nos ha enviado ningún telegrama, ni ninguna carta. Esperamos que no se haya enfadado y se haya sobrepuesto a la pérdida de negocio.
Debemos acostumbrarnos a que la gente se nos quede mirando mucho más a menudo que antes. Ante el hotel se forman grupos de gente.
“Anderl, asomémonos", decimos.

Esa tarde el Sr. Moser, Presidente del Club Alpino Suizo, sección Grindelwald, nos invita a una pequeña fiesta. Unicamente los guías de montaña y los miembros del equipo de salvamento se sientan con nosotros. Estamos entre amigos, eso hace la velada agradable. No la olvidaremos jamás, pues encierra unas de las horas más trascendentales desde el punto de vista del alpinista.
Hasta ahora, la pared norte había constituido una pesadilla para cuantos vivían en su proximidad. Se la consideraba inaccesible y cada intento había acabado hasta ahora con la muerte o caída de los esforzados hombres. Gracias a nuestra primera ascensión, esta pesadilla desaparecía de la mente de los hombres y, con ella, también el problema que, en parte, había conducido incluso a malentendidos. El decano de los guías de montaña expresó este sentimiento con palabras solemnes y rogó para que a partir de ahora, la pared norte del Eiger y su problema recobrasen la tranquilidad.
En Grindelwald, nos habían colocado en el escaparate de un fotógrafo. Hasta ahora, nuestros rostros nos habían pertenecido y nadie había tenido que pagar para mirarnos. Ahora podían comprados por 20 céntimos. Los retratos están numerados. Esto no quiere decir: deseo la cabeza de Vörg sino: Déme el número 16... etc. La vista de la pared norte del Eiger se ha convertido en artículo de gran consumo.
Nos compramos chanclos, como los que los suizos utilizan para sus deportes de hielo. Nuestros hinchados pies no entran en ningún zapato.
Antes de salir para Berna hacemos una buena limpieza, a saber, separamos aquello que podemos volver a utilizar. Todas nuestras pertenencias se hallan desplegadas en un garaje, los objetos que componen nuestro equipo y nuestras tiendas, así como las manoplas todavía húmedas, ropa destrozada, víveres, clavijas, cuerdas. Deambulamos escogiendo mientras van llegando visitas. La gente se cuela para mirarnos y entonces ocurre algo que hasta ahora habríamos creído imposible.
La gente coge lo que nosotros desechamos. ¡Figurate! Calcetines sucios, una mochila rota... No damos crédito a nuestros ojos.
Entretanto, hemos aprendido algo más. Escribimos nuestros nombres. "Autógrafo". Para Wiggerl es fácil. Escribe rápidamente Vörg. Para Heckmair resulta más dificultoso. Debe escribir con claridad para que el "mair" no degenere en un vulgar "meyer" Junto a Kasparek acuden las jovencitas. Una le dice: "Por favor, debe darme un autógrafo. Piénselo". Y a continuación parpadea coquetamente. "¡Por su culpa no he podido dormir en dos noches!” Fritz se la queda mirando y le dice: "Una muchacha tan adorable. Pero piensa que yo no he podido dormir en cuatro noches, aunque no por culpa tuya..."
En Berna se nos ha preparado un programa oficial. En la estación nos recibe la colonia alemana. El embajador alemán, Dr. Köcher nos invita a cenar oficialmente. Todo el mundo demuestra lo contento que está del éxito de nuestra empresa y un orgullo indecible. Esa noche aprendemos lo que acciones como la nuestra pueden contribuir a hacer sentir unidos a su Patria a los alemanes en el extranjero y, aunque sólo sea en la conciencia, a pertenecer a un pueblo capacitado.
Debemos regresar a nuestro hogar. A Alemania. Se nos pone todo un coche a nuestra disposición. La preocupación por nuestra tabletas de chocolate, obsequio de madres entusiasmadas, se halla totalmente injustificada. Cruzamos muy cómodamente la frontera, parece como si nos estuvieran esperando. Naturalmente, los cuatro nos dirigimos al Ordensburg Sonthofen, queremos permanecer junto a nuestros camaradas Vörg y Heckmair.
Después de la bienvenida en la estación subimos al Burg. Nosotros, los de la Marca Oriental, no salimos de nuestro asombro. Vemos por primera vez un edificio que, para nosotros representa la manifestación de la nueva Alemania. Por primera vez comprobamos la voluntad de creación, la nueva, la incomparable hermosa, la diáfana estructura arquitectónica, que demuestra el severo orden de la administración, de la organización. Por primera vez nosotros, pobres y explotados habitantes de Marca Oriental, entramos en un local de este tipo, cuidado, decorado, recién construido. Nos sentimos enriquecidos y agasajados.
En Sonthofen vivimos un acontecimiento único. Anderl ofrece por primera vez una exposición de los incidentes acumulados del 21 al 24 de julio en la pared norte del Eiger. Relata ante la jefatura de Sonthofen nuestra ascensión por la pared. Aunque a estas alturas ya conozco bien a Anderl, a medida que le escucho sin mirarle, oyendo únicamente sus palabras y escuchando su sentido, se me aparece como si me estuviese contando una historia completamente desconocida. Se hacía necesaria la reflexión para constatar que era de nosotros de quien Anderl hablaba. Y así, a medida que nuestra historia se nos iba presentando ante los ojos, muchas cosas nos parecían totalmente extrañas... Lentamente, vamos tomando posesión de nuestra experiencia.
Junto con la felicitación del Jefe de Deportes del Reich, se incluía una invitación para acudir a Breslau, como convidados suyos, para celebrar la Fiesta Alemana de la Gimnasia y el Deporte. El Jefe de Batallón de las SS, Félix Rinner, había recibido el encargo, por parte del Jefe de Deportes del Reich, de acompañarnos. Se encuentra ya en la estación de ferrocarriles de Breslau. Dos coches con el importante distintivo “Paso franco" nos esperan.

Y ahora, por primera vez, tenemos la oportunidad de darle las gracias, correcta y personalmente al Jefe de Deportes del Reich. No se a ciencia cierta qué impresión debíamos causar, con nuestras gruesas zapatillas de fieltro sobre el brillante suelo de parquet y rodeados de uniformes por todas partes. A nosotros nos da lo mismo. Nuestra confianza en nosotros mismos se había visto fortalecida desde Sonthofen y la descripción de los hechos por parte de Heckmair. No nos sentimos extraños ni incómodos y al percatarnos de que todos van perfectamente uniformados, no por ello se nos agotan los temas de conversación.
Cada día visitamos las pistas, observamos por todas partes, no nos perdemos ningún tipo de deporte. Durante los campeonatos de atletismo ligero en el estadio Jahn, se produjo una manifestación espontánea. Resulta muy difícil describirla así que copio aquí lo que comunicó a sus lectores un periódico alemán:
"En el momento del anuncio de las pruebas se fueron mezclando coros de voces que pedían ver a los vencedores del mayor récord alpino del año. Los coros fueron aumentando hasta llegar a doblar su potencia. El Jefe de Deportes del Reich se acercó a la meta y habló con Karl von Halt. Entonces comprendió el clamor. Se dirigió a la tribuna central e hizo señas a sus invitados. En ese instante, de entre las filas de espectadores se destacaron cuatro hombres. Todavía no habían llegado a la pista de ceniza, cuando estalló un mar de gritos y bramidos que se estrelló contra los cuatro. El Jefe de Deportes del Reich hizo lo único posible, se fue con ellos al centro del estadio para hacerse visible a los 30.000 asistentes.
¡Pero eso no era suficiente! La multitud aplaudía, daba gritos espontáneos de júbilo, no se dejaba clamar. Los cuatro hombres tuvieron que acercarse más a ella. Eso es lo que clamaba el coro de voces. Y entonces ocurrió algo único, algo que ningún estadio del mundo había visto nunca: A los acordes de las salvas de aplausos iniciaron los cuatro una marcha triunfal sin precedentes. Infinidad de manos les saludaban y les tocaban, los gritos se superaban unos a otros, sus compatriotas se saltaban las cadenas de seguridad y les apretaban el brazo.
Los conquistadores de la pared norte del Eiger dieron toda una vuelta de honor, saludando con los brazos levantados. El entusiasmo era indescriptible y notable. Esos hombres debieron en ese instante sentir que todo un pueblo rendía homenaje a su esfuerzo".
Durante el desfile solemne nos sentamos a pocos metros del Führer y, de este modo, presenciamos la afluencia de alemanes sudetes, la alegría sin límites de todos los alemanes. Sabemos ya que ese mediodía seremos presentados al Führer.
En la planta baja del Hotel Monopol estamos ya dispuestos, entre multitud de uniformes. No hemos contado los minutos. La invitación de acompañar a alguien a la primera planta no se hace esperar. Únicamente un minuto permanecemos en el pasillo e inmediatamente se abre la puerta. Habíamos supuesto que entraríamos en una antesala, pero... nos hallábamos ya ante el Führer.

El Führer nos estrecha la mano a cada uno. El Jefe de Deportes del Reich va pronunciando nuestros nombres. Tenemos la impresión de que el Führer nos conoce y lo sabe todo sobre nosotros. Entonces podemos explicarle nuestra experiencia en la pared. Finalmente, el Führer hace un movimiento con la cabeza y dice: "¡Criaturas, qué habéis hecho!" Esto no se le olvidará, a ninguno de nosotros.
El Dr. Frick habla entonces de las víctimas que la pared ha reclamado para sí. Entonces añado yo que, en 1936, dos alpinistas de la Marca Oriental y dos del Reich encontraron la muerte juntos. El Führer levanta la cabeza y sus grandes ojos se clavan fijamente en nosotros: "Eso es simbólico".
A continuación el Führer nos entrega a cada uno una foto suya en un marco de plata y cada foto lleva su firma. La mía dice, escrita de la mano del Führer: "Para Heinrich Harrer, con los mejores deseos ‑ Adolf Hitler, 22/24 julio 1938" Y lo mismo pone en las demás.
Esto constituye para nosotros una recompensa de valor inestimable: ver al Führer y charlar con él. A través de las puertas abiertas del balcón llegan gritos, un sordo clamor. Sabemos lo que piden, nosotros también estuvimos una vez de pie allí abajo y en este momento nos sentimos muy orgullosos. ¡Hemos escalado la pared norte del Eiger hasta alcanzar la cumbre y seguido subiendo hasta llegar a nuestro Führer!

- CAPÍTULO I

- CAPÍTULO II

- CAPÍTULO III

- CAPÍTULO IV

- CAPÍTULO V

- CAPÍTULO VI

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