CITAS Y AFORISMOS
"Es una experiencia verdaderamente fascinante, te olvidas de todo, de todas las preocupaciones, de todos los problemas, toda tu atención se centra en no caerte, es un deporte en el que interviene todo el cuerpo. Produce una enorme sensación de libertad sentirse tan cerca de las rocas, de la naturaleza, de las montañas, cuando alcanzas la cima sientes tal felicidad que quieres volver a experimentar esa sensación lo más a menudo posible".
Leni Riefenstahl

domingo, 9 de diciembre de 2012

- ¿SON LOS «OCHOMILES» EL MÁXIMO EXPONENTE DE LA AVENTURA ALPINA? Por César Pérez de Tudela

¿Son los «ochomiles» el máximo exponente de la aventura alpina?.
César Pérez de Tudela

Las expediciones al Himalaya están de máxima actualidad. Desde hace una quincena de años, las lejanas e inaccesibles montañas de Asia son el objetivo de centenares de expediciones. Las grandes cimas se ven incesantemente intentadas y muchas de ellas ascendidas por todo tipo de alpinistas y deportistas. Los macizos himalayanos fuera de las posibilidades de muchas generaciones pasadas –incluidos expertos y famosos alpinistas- son hoy día las montañas más recorridas de la Tierra.
El aumento del nivel económico en los países desarrollados, la confusa idea del concepto de lo “superlativo”, el patrocinio económico de marcas y empresas, así como las llamadas “expediciones comerciales”, han tenido como objetivo fundamental los picos del Himalaya, incluidas muchas cimas de 8000 metros en otros tiempos solo escenarios excepcionales.
¿El Himalaya es lo “más”? ó ¿Lo más alto es solamente lo más alto? ¿Es lo más grandioso? ¿La dificultad y el interés del Himalaya es superior a la de otras montañas repartidas por las cordilleras de la Tierra?.
El Himalayismo es una combinación de muy distintos aspectos. Para mi generación el Himalaya era un horizonte lejano de difícil consideración. La imposible comunicación para tramitar permisos, los elevados presupuestos económicos, los largos viajes, la complicada burocracia asiática, las lentas marchas de aproximación, el envío anticipado de equipamiento, material y comida, la contratación de ejércitos de porteadores... Los sherpas eran solamente dóciles servidores que ayudaban a cargar en la altitud. Los alpinistas eran los guías y responsables de la ruta a seguir, por los desconocidos glaciares, vigilantes de las vertientes y las aristas ante las temidas avalanchas. Los campamentos bases se asentaban ya a la misma o superior altura de las cimas alpinas. ¿Era la misma altura? Los altímetros son veraces, pero sin embargo los efectos «psicofisiológicos» sobre los alpinistas pueden ser más complejos ¿Los expedicionarios acusaban solamente la baja presión o sumaban también los deterioros del cansancio tras el largo camino, con los efectos de una alimentación deficiente o diferente a la usual, el exceso de radiaciones «iónicas» y «lumínicas», así como la impronta de la lejanía psicológica, al margen de comunicación alguna?.

El Himalayismo era entonces una grandiosa mezcla de aventura, exploración y riesgos aceptados, actividad en la que se tenía que reforzar las técnicas alpinas con otras adecuadas a las mayores proporciones y alturas. Había que saber encontrar el camino para llegar a la base de la montaña, y replantear luego la estrategia preparándose la logística para tratar de alcanzar la cima que sobresalía 3000 o 4000 metros. Entonces efectivamente el himalayismo era aventura, exploración y alpinismo. El Himalaya era indudablemente “lo más“. Por debajo quedaban las incomparables y difíciles montañas de los Andes con las cordilleras Blanca y Negra, la Real de Bolivia, las torres heladas de la Patagonia, los infrecuentes picos de Alaska, las cimas del Caucaso, las cumbres de la Columbia británica, los tantas veces contemplados y admirados picos, paredes y vertientes de los Alpes – para muchos expertos las montañas en donde se concentran las mayores y más constatadas rutas de dificultad, llenas de hondos precipicios, no tan fácilmente localizables en el mismo Himalaya.
La actual moda de los «8000», el alto porcentaje de sus ascensiones a cargo de alpinistas con regulares preparaciones y experiencias, las repetidas expediciones guiadas por sherpas, verdaderos especialistas, la existencia frecuente de cuerdas fijas, la acumulación de expediciones y expedicionarios, los caminos abiertos en los glaciares y en las aristas, la comunicación permanente a través de los teléfonos vía satélite, la casi imposible sensación de soledad, tan unida a sus imponentes parajes, las facilidades de integración en expediciones organizadas, sean o no las típicas expediciones comerciales, el servicio de las agencias de Katmandú y de tantas facilidades más, han devaluado de forma evidente la aventura extraordinaria del Himalaya.
Después de una vida dedicada totalmente a la exploración alpina y haber sido uno de los primeros españoles en realizar expediciones al Himalaya, mi abundante historial de cimas repartidas por la Tierra tienen en el Himalaya un importante vacio que siento reconocer. Mi tentativa solitaria al Annapurna en 1973, mi trágica expedición al Tirich Mir del Hindu Kush, mis desafortunadas expediciones al Everest por el norte y por el sur, han alejado una y otra vez mis posibilidades de confrontación con las montañas del Himalaya.
¿Pero deseaba yo, de verdad, enfrentarme una y otra vez al Himalaya?.

O temía los largos días de aburrimiento e inactividad en los campamentos bases, sufriendo el sopor de la altitud, el calor bajo la tienda, el frío acerbo de la noche, la asfixia, la falta de higiene y el paso de los días y los meses, que como la vida no vuelven más, perdido en los sueños de adolescente para tratar de llegar a la cúspide, pero tiempo sin embargo ganado y verdaderamente vivo en cualquier otra cordillera del mundo. ¿Llenaban mis ansias de aventura y alpinismo, las largas estancias en los campamentos intermedios en espera del buen tiempo o la ausencia de viento, o las indecisiones que conlleva el himalayismo por encima de las aceptadas en otras altas montañas de la Tierra? .
¿Es verdaderamente “más” el actual «ochomilismo» que otras actividades alpinas en los Andes, en la Patagonia, en Banfin, y en decenas de grandiosas zonas de la Tierra poco conocidas?.
Por lo que se lee, se oye y se vé en los medios de información, revistas y páginas de Internet incluidas, además de gran parte de las revistas especializadas, el Himalaya es un elevado y hasta mayoritario porcentaje sobre la información de expediciones a las montañas de la Tierra. Las informaciones generalistas y aún las que son informaciones de medios técnicos han concedido al «ochomilismo» de cuerdas fijas, ascensiones guiadas por sherpas especialistas, campamentos montados y huellas abiertas a las distintas montañas de 8.000 metros, una importancia exagerada en detrimento del verdadero alpinismo.

¿No se puede estar confundiendo a la opinión general y a los mismos alpinistas? ¿El «ochomilismo» actual es otro tipo de alpinismo? ¿Está por encima o por debajo del tradicional alpinismo para alcanzar la cima, escalando por el glaciar, la pared, la arista, abriendo camino, buscando la mejor ruta e intentando orientarse en la montaña, sin sherpas, cuerdas fijas, escaleras o el encuentro reiterado de campamentos, huellas y expedicionarios?.
Todavía hoy, en años de seguridad, helicópteros y servicios urgentes de rescate, una cordada de dos alpinistas, escalando los precipicios de una pared alpina, orientándose por ellos mismos, soportando el peso de sus mochilas, sobreponiéndose al esforzado equilibrio en los arduos y difíciles pasajes de su escalada hacia la cima, está realizando verdadero alpinismo, quizás incomparable en exigencia, riesgos, técnica y valoración de «hecho humano» al «ochomilismo».
El «himalayismo» actual, precisamente el de los «8.000 metros», ha quedado reducido a la realización de una mera función deportiva.

Ya lo ha dicho Messner, posiblemente para tratar de desvalorizar a tantos que han seguido su iniciativa sin pudor original, en lugar de haber buscado su propio camino, esencial en la vida y en al alpinismo: -El «himalayismo» actual es solo turismo.
Yo en todo caso añadiría un duro, caro y peligroso turismo deportivo. ¿El alpinismo tuvo acaso antes alguna relación con el turismo? .
¿O fue raíz verdadera del turismo deportivo, o turismo activo?.
Este cronista no tiene más remedio que citar la tajante frase del espléndido alpinista vasco Angel Landa, cuando dice en una importante entrevista aparecida en la revista vasca Pyrenaica:
“¿A cuantos 8.000 de hoy equivale una pared alpina de los años «60»?”
Este explorador y cronista añade:
¿No estamos demasiados influidos y quizá algo confundidos por la altitud? ¿Estamos seguros que una montaña de 8000 metros es la suma de dos de 4000, o que a las montañas andinas hay que añadirlas 2.000 metros más para que sean comparables con las del Himalaya? ¿No influye en esta consideración, el impacto de las cifras, posiblemente demasiado superficial, acompañado del oculto cansancio en el largo camino hacia sus cumbres? ¿Se planteará revisar el concepto de la altitud y sus consecuencias en las distintas regiones del planeta?
¿Es «más» meritorio escalar el Cervino por alguna arista como la Zmutt, la del Leone, o la pared norte, que llegar a la cima del Cho Oyu, o el Shisha Pagma? ¿El monte Sarmiento de Tierra de Fuego tiene menos impacto, como verdadera aventura alpina, que el Gasherbrum I o cualquier otro 8.000 de la región de Baltoro? ¿Es para los alpinistas más difícil o meritorio escalar el Everest por la larga ruta del glaciar Kangshung –ruta americana 1983- que realizar la ascensión del Siula Grande por la cara oeste en la cordillera del Huayhuash del Perú? ¿Cual de ambas actividades –si se pudiera establecer premio justo- serían más merecedoras a una hipotética medalla de oro olímpica. El americano Carlos Buhler que abrió -junto a otros compañeros- la ruta citada del Everest cuenta su experiencia en las cimas del Huayhuash, mucho más impresionado al parecer en estas que en la espléndida ascensión al Everest:: “La escalada continuó siendo terrorífica, un corredor de hielo vertical rematado por un “sérac” colgante...” “gigantescas cornisas, destrepes desprotegidos por el sur...”

El himalayismo es la actividad física, técnica y metafísica que se realiza más alto –todo apunta a creerlo así- Y en cualquier caso una extraordinaria experiencia digna de nuestra admiración y respeto, a la que todos hemos tendido nuestra ilusión.
Pero nunca deberíamos confundirlo con el «ochomilismo» actual, el de todos al mismo camino: huellas abiertas, cuerdas fijas, campamentos montados por los «servidores» sherpas, que son los guías y porteadores anónimos.
Este «ochomilismo» es cada día de práctica más frecuente y se impone de forma injusta, a través de medios generales de información, sobre el verdadero y clásico alpinismo, el de los escaladores que soportan el peso de su vida sin ayudas, colgados de las verticales vertientes en las grandes murallas naturales de la Tierra, que no están todas en el gran Himalaya, sino repartidas por decenas de grandes macizos montañosos en las dos Américas, en Europa Asia, Africa y Oceanía...
Esta actividad, me refiero al «ochomilismo» no puede ser de ninguna manera lo «más». El alpinismo verdadero sigue ahí, aunque en estos tiempos confusos y dominados por una superficialidad con pretensiones de grandiosidad, se practique menos. Ese alpinismo de los Alpes, del Caúcaso, de los Andes, del Himalaya, sin cuerdas fijas, sin servidores, si que tiene intacta su valoración, exige conocimientos, técnica, valor y decisión firme.
La gran aventura sigue estando en las montañas en las que la publicidad, el negocio, y quizás la exagerada grandilocuencia, todavía no ha llegado.
Los «ochomiles», en especial el Everest y también de alguna forma el K2, a donde ya llegan los «sherpas», son desgraciadamente -junto a su grandiosidad indudable- el objetivo del “marketing”.
Sólo son lo «más» para el mercado social.

Pero no son tajantemente auténtico alpinismo.
Quizás es un nuevo, caro y arriesgado «turismo deportivo» como ha dicho repetidas veces Messner, creador de esta «ochomilización» del alpinismo, que constituye precisamente su gloria y también su cruz. Messner abrió el camino y muchos le siguieron y le siguen, sin intentar abrir el suyo, renunciando a la «esencia» y cambiándola por la efímera «notoriedad».
El alpinismo es una aventura en la que cada uno es su propio guía, sin más ayudante que uno mismo, el que escala la cima buscando su camino, con técnicas múltiples y con un espíritu que sobresale de la soledad de los grandes paisajes.
Quizás esta idea se aproxima más al criterio que configuró la verdadera “aventura alpina”, es decir el alpinismo de ayer y de siempre.

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